Hablar hoy de un Dios misericordioso resulta algo imposible para muchos de nuestros contemporáneos. Sin embargo, ante la realidad actual, el mensaje de la misericordia divina debería hacerse valer en cuanto mensaje de confianza y esperanza. “El siglo XXI ha comenzado marcado por la amenaza de un terrorismo despiadado, injusticias que claman al cielo, niños víctimas de abusos y condenados al hambre y a la inanición, millones y millones de desplazados y refugiados, crecientes persecuciones de cristianos; a ello se suman devastadoras catástrofes naturales en forma de terremotos, erupciones volcánicas, tsunamis, inundaciones, sequías, etc. Todo ello y muchos más son ‘signos de los tiempos’”

Como bien señala Kasper, el mensaje de la misericordia en el Antiguo Testamento no es un mensaje puramente espiritual; se trata de un mensaje de vida al que le es inherente una dimensión encarnadamente concreta y social... La misericordia de Dios es el poder divino que conserva, protege, fomenta, recrea y fundamenta la vida. La misericordia hace de la historia de Dios con su pueblo una historia de salvación.

El Papa Francisco ha señalado con claridad: “Los signos que –Jesús– realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En Él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión.” (MV, 8).

La dimensión más profunda de la práctica de la misericordia la expresa Jesús en su gran discurso sobre el juicio. Allí dice: “Lo que hayan hecho a uno solo de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicieron” (Mt 25,40.45). No solo se solidarizó con los pobres, también se identificó con ellos. Así, podemos encontrarnos con él en los pobres... La misericordia cristiana consiste en el fondo en encontrarse con Jesucristo en la persona sufriente. De ahí que la misericordia no sea en primer lugar una cuestión de moral, sino de fe en Cristo, de seguimiento de Cristo, de encuentro con Cristo. Como evidencia la parábola del buen samaritano, lo que cuenta es la persona sufriente con la que me encuentro de manera concreta, que así se convierte en mi prójimo y necesita mi ayuda (Lc 10,25-37). En este pobre, Jesucristo me sale al encuentro.

Invitar a recordar un Dios que es misericordia y desde ahí celebrar la vida, es principalmente compromiso de fe ante rostros dolientes concretos.

Fray David Bobadilla, OFM