Siempre que inicia un nuevo año se tienen buenas intenciones y se es optimista en un futuro mejor, sin embargo para nosotros los cristianos, lo que nos anima y da la certeza de que habrá un futuro mejor es la esperanza, la cual no es una simple expectativa bonachona o la capacidad de mirar las cosas con buen ánimo e ir hacia delante, sino la experiencia transformadora que el amor de Jesús realiza en nuestras vidas y que genera una dinámica que nos impulsa a transformar el mundo, con la certeza de que Él lo ha ya salvado.

En este sentido el Papa Francisco nos recuerda que los primeros cristianos cuando hablaban de la esperanza “la pintaban como un ancla: la esperanza es un ancla, un ancla fija en la orilla del Más Allá” que nos permite no ir a la deriva en el camino de la vida. Esta ancla que “da sentido y esperanza a nuestras vidas es Jesús de Nazaret, muerto y resucitado”. Él «que ha hecho nuevas todas las cosas» llena de su amor y de su presencia toda nuestra vida, por tanto, la esperanza es “un don” de Jesús, “la esperanza es el mismo Jesús, lleva su nombre”.

Será precisamente Francisco el que al iniciar este nuevo año nos invite a preguntarnos: “¿dónde estamos anclados nosotros, cada uno de nosotros? ¿Estamos anclados allí, en la orilla de ese océano tan lejano o estamos anclados en una laguna artificial que hemos creado nosotros, con nuestras reglas, nuestros comportamiento, nuestros horarios, nuestros clericalismos, nuestros comportamientos eclesiásticos que no eclesiales? ¿Estamos anclados allí? Todo cómodo, todo seguro”. El Papa desea con estos cuestionamientos sacarnos de nuestro estado de confort y mostrarnos cómo es fácil reducir la esperanza a lo que mejor nos acomoda.

En una homilía que realizó en el 2013 el Papa nos dice: “Jesús, la esperanza, rehace todo. Es un milagro constante. No solo ha hecho milagros de curación, tantas cosas: esos eran solo signos, señales de aquello que está haciendo ahora, en la Iglesia. El milagro de rehacer todo: aquello que hace en mi vida, en tu vida, en nuestra vida. Rehacer. Y aquello que Él rehace es precisamente el motivo de nuestra esperanza. Es Cristo quien rehace todas las cosas de la Creación de forma maravillosa, es el motivo de nuestra esperanza. Y esta esperanza no desilusiona, porque Él es fiel, lo que nos da esperanza: Jesús que recrea todo». Y cuando «nos unimos a Jesús en su pasión, con Él rehacemos el mundo, lo hacemos nuevo».”

Por tanto nos queda claro que la esperanza cristiana es una experiencia de amor, del amor de Jesús que transforma nuestras vidas y a través de nosotros y nuestras acciones al mundo.

Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (IMDOSOC)
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